lunes, 26 de septiembre de 2011

Domingo


Un toque de negro para el día. El deseo no se esconde en la oscuridad. Despierta a cada rato, se pone como loco. Bailan las jóvenes con sus vestidos floreados, las calles de la ciudad, desiertas en domingo. En la plata correría el viento. Me despeina la razón. Esta esquizofrenia de fin de semana. Anoche salí, me encontré con una muchacha que me hablaba y me miraba directamente a los ojos. Me acomodé el aro de la nariz. Los bares en huelga de borrachos hasta eso de las tres, las nubes rosas que van y vienen acostándose con las estrellas. Directamente a los ojos, otra vez. Yo que me acomodo el aro de la nariz. De arte, de cine, de música, de espejismos, de cristales rotos, de sabanas revueltas. Salimos hacia otro bar. En el rincón se está lindo, seguimos. De noche, de corazones, de belleza, de ayer, de hoy. Queres venir a mi casa. Voy. Doce no sé entre que número y que número. Todo lindo, las paredes pintadas de color, la cama grande. Hay vino. Más música, más linda que la de los bares. Las manos suaves de uñas largas. Me acaricia. Se deja ver, me tiembla el cuerpo, ella tiembla, ese perfume. Las piernas largas, bien arriba. De noche en lo oscuro y de mañana en la luz. De tarde hacia la plaza. Ella se quedó en la cama. Le regalé el arito de la nariz. No la veré más. No sé por qué. Es que temo. Es domingo,  ya el viento me sacude.

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