miércoles, 21 de septiembre de 2011

Desconsuelo


 Que diferente hubiera sido que te encuentre entre este callejón y el desconcierto, en una parada de bondi abandonada y toda grafiteada, sentada con las piernas cruzadas.
Yo llego y vos te vas. No hay consuelo.
Te encuentro y abrís las piernas para asomarse tu otra vos, la del recuerdo que me detiene en el tiempo y me posee.
Llueve tibio en la penumbra de esta habitación al aire libre detrás de las paredes y el cielo estrellado. Me muerde tibio y despacio el vientre y la llama desnuda que se levanta pronta a derramarlo todo.
Solo la estampa quieta en ese rincón de la cabeza me dice que fue hace tiempo, solo la melodía quieta suena en mis oídos del ayer y un grito profundo y ahogado se inclina a tus labios.
No tenemos por que llorar.
Cuando dijimos que no entre sonrisas sabíamos lo que pasaría. Y pasó. No fue una jornada, ni días, ni años, solo fue una cumbre desde la cual nos arrojamos al abismo y caímos durante tanto tiempo que dejamos de pensar en ello y en vez de atemorizarnos lo gozamos como locos.
Sudando.
Allá, en el fondo,  iban y venían los augurios de potentes orgasmos, semen y lava, besos y saliva. Una mueca que otra vez se detiene en mi mente y me recorre por dentro dejándome petrificado, ahogándome.
Hasta una vez que sucedió el exilio de emociones, pero quedaba la vigilia de calor, de calentura, de ganas de seguir y acabar.
Y terminó.
Pero aun fluyen los ríos incandescentes, y la negra victoria de la memoria me desencaja del presente y me lleva hacia la locura.

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