domingo, 21 de agosto de 2011

ANGELES




Corren los niños con los pies descalzos y los mocos colgando. Negros (no como el manto de la muerte aún).
Corren entre esperanzados y rabiosos. Con la cabeza y el corazón que les explota por cualquier cosa, con el estomago rebosante de un vacío que hace ruido.
Son muchos, muchos niños con los pies descalzos y ninguna bandera que agitar; están sucios de una agonía heredada de tierra amarga del cansancio de sus padres.
Sus ojos reflejan las vidrieras al costado de la avenida. Vidrieras con carteles y frases y zapatillas y pan. Los niños sueñan con los ojos abiertos, y sonríen entre ellos mientras sus sueños tiemblan y se inquietan esperando escapar.
Alguien los ve y se asusta. Son muchos niños. Demasiados y demasiado sucios; con los mocos colgando. Uno de los niños le sonríe y el hombre oculta su reloj y la mujer aprieta bien su cartera bajo el brazo. Alguien los vio y llamó a la policía para que limpie la ciudad. No olvidó decir que son muchísimos niños y que parecen peligrosos, porque sonríen bajo la piel sucia y miran demasiado las vidrieras que están llenas de marcas, frases, zapatillas, pan, y ellos están descalzos y seguro tienen hambre y le dan un mal aspecto a la ciudad.
Son peligrosos sin duda.
Un negocio baja la persiana. El sol comienza a cerrar sus ojos poco a poco, y el cielo, rojo, ilumina la llegada de la infantería que arma un cordón protegiendo las vidrieras, al vecino que hizo la llamada, a las marcas con sus frases y a la ciudad.
Los niños son tantos.
Uno llora porque pisó un vidrio y se corto el pie. Los otros se limpian los mocos con el revés de sus bracitos. Todos tienen los ojos fijos en esas vidrieras que están detrás del cordón policial. Estos niños nada saben de los palos, la justicia y del temor. Estos niños saben del frío, del hambre y del dolor. Y ya agarran piedras, corren hacia ese cordón. Con los mocos colgando. Gritando. Ya la mirada y los labios de un rati tiemblan porque son muchos, muchísimos y tienen hambre. Rabiosos tantos niños. Ya se escuchan gritos y ruido de vidrios que estallan. Y ya se ve a un niño corriendo, corriendo, corriendo y volando con la sonrisa tan grande como su corazón, con alitas en sus pies descalzos.

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